Desnudando a Eva: La violencia femenina
Автор: Héctor Cerezo Huerta
Журнал: Revista Científica Arbitrada de la Fundación MenteClara @fundacionmenteclara
Статья в выпуске: 3, Vol. 1, 2016 года.
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El presente texto desarrolla un análisis reflexivo sobre la violencia intencional ejercida por mujeres en sus relaciones de pareja; un fenómeno social considerado aislado, carente de datos epidemiológicos consistentes y hasta cierto punto “políticamente incorrecto” e indigno de atención clínica por el matiz “reactivo o defensivo” por el cual tienden a enmarcarse las agresiones femeninas. Sin embargo, la violencia conyugal se construye entre dos y, desde una visión sistémica en esa interacción, la mujer también tiene una participación activa al recurrir a conductas verbales durante los episodios violentos, mismas que fungen como conductas detonantes y retroalimentadoras de la agresión física, por la que optan los varones. Así también, las mujeres son proclives a la utilización de estrategias violentas diferentes a las ejercidas por el hombre y éstas se caracterizan por el uso de agresiones psicológicas, comunicativas, alienación de los hijos hacia el padre de familia, chantaje emocional y manipulación de la vida sexual.
Violencia, mujeres agresoras, perfil psicológico, perspectiva de género
Короткий адрес: https://sciup.org/170163609
IDR: 170163609 | DOI: 10.32351/rca.v1.3.21
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Introducción
La mujer que ejerce violencia en el vínculo de pareja representa un tópico muy poco atendido por la Psicología y por ello, persiste un enorme desconocimiento teórico-metodológico y un sesgo en los tratamientos e intervenciones clínicas y educativas hacia hombres agredidos por parte de los profesionales de la salud mental, sean estos; Psicólogos, Psiquiatras, Terapeutas, Psicopedagogos o Trabajadores sociales.
Es indudable que, las mujeres violentas constituyen una minoría epidemiológica. No obstante, en la última década se ha presentado un incremento significativo en las detenciones, condenas y encarcelamientos de mujeres con patrones agresores, delincuenciales y violentos.
Así, por ejemplo, una investigación realizada en España por Loinaz (2016) sobre el tratamiento de mujeres delincuentes y violentas reportó que a nivel internacional, un 25% de la población delincuencial recluida en las cárceles es femenina, limitándose al 10% para los delitos violentos y al 5% para los sexuales (Cortoni, Hanson y Coache, 2010).
Un ejemplo paradigmático fue el incremento percibido en EE.UU, donde se aumentó de un 10% de detenciones femeninas en 1965 a un 15.8% en 1980 y a casi un 25% en 2008 (Van Wormer, 2010). En adolescentes, además, se observó un incremento gradual de la implicación de las mujeres en delitos cada vez más violentos (Chesney-Lind y Shelden, 2014).
En el contexto mexicano, se asume popularmente que una mujer que ejerce violencia lo hace como una reacción defensiva o reactiva. Igualmente, el estereotipo dicotómico: hombre-victimario y mujer–víctima es un axioma aceptado.
Por su parte, un hombre agredido difícilmente busca apoyo emocional en virtud de las concepciones tradicionales de “ser hombre” y masculinidad, las cuales presentan profundos problemas psicológicos y socioculturales.
Así pues, la expresión emocional, el amor, los vínculos de pareja, la comunicación entre hombres y la experiencia paterna son algunos de los fenómenos que nos tienen “atrapados y confundidos” entre los propios hombres (Kimmel, 1992) y pese que, recientemente se han propuesto hipótesis neurobiológicas que explican las diferencias cerebrales dependientes del sexo y el género (Backer et al, 2008 y Cahill, 2009) no resuelven el problema de la comprensión fenomenológica de la masculinidad y tampoco profundizan en el papel de la crianza familiar, la construcción sociocultural del género, la importancia de nuestras experiencias de aprendizaje temprano y las herramientas emocionales que los hombres desarrollamos. Todas estas variables, no solo complementan la noción de “ser hombre” y masculinidad; sino que son parte integral del proceso.
En opinión de Bonino (2000), la subjetividad masculina rígida y tradicional de autosuficiencia, dominio y control, se construye a través de cuatro pilares; 1) la masculinidad se define por el alejamiento con lo femenino; es decir: “No somos mujeres”, 2) la masculinidad se valora por la identificación con el padre o figura de poder y así el discurso infantil proclama: “Mi papá lo puede todo, yo quiero ser como él”, 3) la masculinidad se construye sobre la base de la violencia como modo legítimo de relacionarse y por ello: “Los hombres somos duros y arriesgados” y, finalmente 4) la masculinidad se genera en la lucha y rivalidad contra el padre o autoridad, y entonces gritamos al mundo: “Debo superar a todos, yo soy mejor”.
Cada pilar da lugar a conflictos diferentes a nivel social y aumentan la disonancia cognitiva cuando un hombre es agredido por una mujer. Así, atendiendo al orden anterior se generan hombres homofóbicos, hombres orientados exclusivamente hacia el poder, el logro y el estatus, hombres esencialmente violentos y hombres fríos, que no lloran y nada parece conmoverlos.
Por otro lado, la capacidad de expresión emocional y de empatía en los hombres es limitada ya que consistentemente ha sido reprimida mediante mandatos socioculturales que distorsionan nuestra masculinidad y paradójicamente orientan a los hombres sobre cómo resolver los asuntos de la vida cotidiana, tales como: “Los hombres no lloran...Los hombres deben ser dominantes y ser la cabeza de una familia...Los hombres son valientes…Los hombres no hablan de sus problemas…Los hombres compiten, ellas eligen….Los hombres siempre deben estar preparados sexualmente; Siempre erectos…Los hombres no piden ayuda…Los hombres son independientes…Los hombres no se dejan vencer por el dolor…Los hombres no muestran excesivo afecto hacia otros hombres”.
Al respecto, Molina y Oliva (2011) explican que somos más hombres mientras más características del ideal masculino hegemónico incorporemos a nuestra identidad de género, aunque esto reprima una amplia gama de necesidades, sentimientos y formas de expresión eminentemente humanas.
Valga señalar algunos ejemplos. Los hombres mueren en promedio, siete años antes que las mujeres. Los niños varones por otra parte, también sufren accidentes con mayor frecuencia que las niñas. En cuanto al suicidio, los hombres logran concretarlo en una proporción tres veces superior a la de las mujeres que lo intentan e incluso cuando se instala ideación suicida, se disponen a morir "como un hombre" utilizando para ello, la autodestrucción por los métodos más letales.
En este sentido, cualquier tipo de violencia ejercida por hombres o mujeres envía como mensaje implícito que las víctimas no tienen derecho a sentir, ni a tener opiniones, decisiones válidas y que, la expresión de distintos tipos de violencia funcionan como mecanismos psicológicos para mantener el comportamiento de la víctima dentro de parámetros de supuesta “conveniencia y orden”, por ello el espectro violento previo entre estas parejas es tan amplio y a veces invisible; abusos verbales, psicológicos, sexuales, económicos, patrimoniales y físicos. La violencia femenina, también anula al hombre como ser sensible y capaz de funcionar en una amplísima escala emocional y en las más extraordinarias dimensiones relacionales.
Un escenario: De varón domado a hombre golpeado
Ciudad Juárez, Chihuahua, México, constituye aún, uno de los puntos de quiebre de la descomposición social y violencia de género en México desde hace dos décadas. Durante varios años en este escenario etnográfico, fui testigo de feminicidios deleznables y estadísticas lapidarias; cada 7.42 días desaparecía una mujer, cada 12.8 días otra era asesinada y cada 40.34 días una más era violada, torturada y brutalmente exterminada. Una buena parte de mi amplia estancia profesional en la frontera norte mexicana, transcurrió como Consultor educativo y Psicoterapeuta de parejas violentas en Casa Amiga, Centro de Crisis (Hoy, Casa Amiga “Esther Chávez Cano” http://www.casa-amiga.org.mx/) y precisamente Esther -incansable feminista- fue la primera en denunciar valerosamente los asesinatos seriales y afirmaba además contundente en nuestras acaloradas tertulias que: “la causa de las mujeres, debía ser también la causa de los hombres”.
Al proporcionar miles de horas de capacitación a equipos de atención a crisis y de psicoterapia individual y de pareja a mujeres y hombres que asumían a la violencia como patrón conductual en sus relaciones amorosas, comprendí una serie de premisas que impedían tanto a víctimas como a victimarios modificar sus vidas y, que a los profesionales de la salud mental también les complicaba proporcionar servicios de prevención, intervención y extensión desde una perspectiva de equidad de género, a saber:
a) La victimización femenina ha sido el principal objetivo de los estudios psicológicos y por ende, el eje rector para el diseño de políticas públicas de prevención, atención y erradicación de la violencia.
b) El enfoque dominante para la comprensión y tratamiento de la violencia continua siendo el modelo sociológico, el cual asume a la violencia como un fenómeno unidireccional -no recíproco- y en el que se recupera información de la dinámica de la violencia solo de un integrante de la díada.
c) El estereotipo dicotómico: “las mujeres son víctimas de violencia; los hombres son victimarios” se ha arraigado profundamente en la cultura mexicana y debido a ello, innumerables colegas del área de la salud mental, consideran una irreverencia clínica proponer los papeles de agresor y víctima como intercambiables. De hecho, en varios Centros de Atención a la Violencia no les interesa en absoluto atender hombres agresores ni agredidos.
d) Los mecanismos de minimización y/o justificación de ciertas conductas violentas tanto de hombres y mujeres no contribuye a resolver el problema de la comprensión fenomenológica de los géneros y tampoco nos permite profundizar en el papel del aprendizaje, los estilos de crianza, la influencia familiar y las subjetividades femeninas y masculinas. De este modo, se cree ingenuamente que la agresión psicológica no es tan grave como la agresión física.
e) La creencia común entre terapeutas, feministas y activistas sin experiencia clínica suficiente que asume tajante, que la psicoterapia con los hombres que ejercen violencia es absolutamente inútil y que, por lo tanto, la prevención debe ser dirigida exclusivamente hacia el empoderamiento y protección de las mujeres; aumentando con ello, la distancia entre géneros.
Список литературы Desnudando a Eva: La violencia femenina
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